¡Gracias por llegar!

Hace tiempo me oponía a publicar en el blog.

¡Pero llegó el momento! Así que acá estoy, experimentando con la poesía y la narrativa.

Esto soy yo: una bailarina frustrada, una fotógrafa que escribe y una aprendiz de escritora que le fascina la fotografía.

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domingo, 9 de agosto de 2015

Amor añejo

                                                                   Amor añejo
—Te cuidaré hasta que seamos viejos. Prometo que tendremos un patio lleno de flores y nuestros nietos jugaran ahí —dijo ella mientras lo miraba fijamente a los ojos.
—¡No inventés! El amor a nuestra edad no existe —respondió él mientras cruzaba los brazos, y el color rojo que aparecía en su rostro se confundía con su tez quemada por los años de trabajo bajo el sol. Ambos miraban cómo los niños correteaban a las palomas frente a la iglesia que unos años atrás fue testigo de su beso tímido. Sentados en la banca en silencio, ella soñaba con amarlo otra vez, sabía que él tenía miedo y eso le causaba gracia. «Miedo a nuestra edad», se decía a sí misma.
—¡Me gustan tus zapatos! Son muy masculinos —mencionó.
Él la escuchaba atentamente, pero no contestaba a todo lo que decía. Recordaba el día que ella le regaló quinientos lempiras a un mendigo. Le parecía que solo una loca era capaz de hacer eso, pero una loca linda, esa locura que es capaz de enamorar. Para él su locura era necesaria, pues le hacía más sencillo manejar la realidad, aunque fuera solo por un momento.
—Vámonos —le dijo, y ella rápidamente se puso de pie como una adolescente emocionada por caminar.
Recorrieron la avenida, sintiendo el roce de sus manos mientras la tarde caía a sus espaldas. Platicaban de la vida, sus anécdotas de jóvenes les hacía sonreír, los problemas con los hijos les irritaba y las esperanzas de una edad madura aparecía como destellos. Los conocidos los saludaban, él inclinaba la cabeza y ella mostraba su mejor sonrisa, se sentía un pavo real paseando con el amor. Deseaba con todas sus fuerzas que el camino a casa fuera largo y sin fin, sabía que debía volver.
—¡Me siento enjaulada! No me gusta ser un ave con alas cortas.
—No lo permitas, sos una mujer libre.
—¡Porque te amo! —concluyó ella, mientras él se llenaba otra vez de silencio.
Él la amaba también, pero sabía que era imposible estar con ella, a pesar de ser un hombre ya maduro, el miedo a dañarla y hacerla infeliz le causaba dudas. Tenía la cicatriz de dos divorcios, dos hijos que lo ignoraban y un empleo mediocre. Solo le quedaba ella, junto a ella se sentía vivo.
—Te amo más que a nada —dijo ella tomando su brazo y viéndolo fijo a los ojos.
—Nos vemos —respondió él dándole un beso en la mejilla y una palmada en la espalda.
Siguió su paso firme alejándose. Ella dejó que se apartara unos metros, y luego lo siguió, ocultándose tras autos y postes de luz; se sentía como una niña enamorada persiguiendo a su maestro. Él sabía que ella lo seguía, pero no decía nada, la dejaba, quería que lo siguiera pues él deseaba poderla abrazar y besarla sin ser interrumpidos. Al fin él llegó a su destino en la cima de una calle empinada, se dio la vuelta y le dijo:
—¡Ya sé que me seguís! Me tocará irte a dejar después de besarte.
El silencio apareció, la calle oscureció; ella ya no estaba…
Despertó incomodo, se levantó de la cama con un nudo en la garganta, se duchó y luego se vistió. No desayunó pues no podía perder tiempo. Caminó por las mismas calles donde ambos se seguían y el nudo le apretaba más la garganta. Al fin llegó al punto de encuentro, llegó de primero para no ser visto, se ocultó tan bien que nadie se percató que había una sombra esperando. La gente comenzó a llegar, las flores aparecían a la distancia y al final un hermoso féretro era acompañado por otro hombre. Comenzó a llorar, sus ojos eran cascadas y sus manos inútiles para cubrirle. Recordó que ella se despidió detrás de un muro dibujando un corazón con su mirada, se sintió incapaz de pronunciar su nombre y de golpe una bandada de aves pasó por encima del féretro. En ese momento supo que ella al fin era libre y él tendría que esperar.

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